Y alza vuelo. Se aleja y presume confundirse entre tanta inmensidad. El viento
parece peinarla y es el cepillo quien la alborota. Hermoso y radiante como siempre el sol
se jacta de su generosidad.
Y alza vuelo. Los árboles debajo de su vientre, parecen alineados en una
vanagloriosa fila de soldados por la paz. Dichosas aquellas pocas ramas que rozan y se
alimentan del perfume de su ombligo, estirándose a más no poder con tal que se detenga a hacerles compañía por tan solo un momento. Pero ella parece haber tomado ya una decisión.
Sigue su vuelo. Cada vez más lejana e ignorada por un montón de animales que
nada saben de ella. No la pueden ver, no saben apreciarla. ¿Acaso no logran descubrir su
belleza? ¿Será que no saben que en ella está la felicidad? O será, tal vez, que simplemente prefieren saciar sus propios dioses que no aspiran más que exprimir sus miserias. Allá en la tierra, hay rumores que miles de monstruos desalmados adoptaron la forma humana, y cual vagabundos deambulan en búsqueda del disfraz de la ocasión. ¿Qué pasará con aquellos que no la ven? ¿Y si alguna vez algún ser vivo en este mundo, en este universo, no siente el calor de sus brazos? ¿Qué será de ellos?
La naturaleza todo lo puede porque es sabia, porque es vieja. Será cuestión de
edad la sabiduría. O de experiencia. Al fin y al cabo son dos cosas que van de la mano.
Reluciendo su omnipotencia, logra en una gota de lluvia o el canto de un pájaro armonizar su existencia. Como desearía volver a verlos abrazados en tu seno, siendo uno -o tres- en tu esencia. Si tan solo pudiese volver a formar parte de tu vientre. Tu capa de magma más profunda y rojiza late como un corazón que no lo tiene todo. Pero ella ya tomó su decisión. Avasallada de absurdos y desconsuelos, no tuvo más remedio que escapar de tanto dolor.
Hay noches que yo la entiendo, comprendo su abandono. Estaba en peligro. No
había noche en que no llorase, ni hombro que la consuele. Se encontró sola en la infinitud del cosmos, acorralada entre tanta torpeza. Fue eso lo que la llevó a escapar. Nadie nunca se tomó el trabajo de consolarla. Se fue fue ahogando en un océano de desamparo que fue imposible soportar. Es entendible su ausencia, no es culpable de nada.
Y ahí estás vos, nunca comprendiste nada. Ni la mismísima lluvia te pudo hacer
entender cuán grande era aquello que estabas desperdiciando. Salvaje, descorazonado,
no hacías más que bailar bajo la abrumadora tormenta, sin saber que ésta era un presagio de lo que se estaba por venir...
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