Tersa es la luz del que camina sobrio de materialidad. El encanto llega a la mente y sucede lo imposible: ¿cómo un lápiz y un papel extinguen cualquier finitud que aprese a la realidad?
Y es en ese mundo de lo inmaterial, en el mundo de las ideas, donde hallamos la libertad más última e inalterable. Más de una vez, paradójicamente prisioneros de este atractivo y misterioso mundo, nos vemos ahogados en nuestro propio vaso con agua. Con el tiempo descubrimos en la escritura el atajo más pertinente para acomodar los pensamientos, así como también, para desarrollarlos y experimentar nuestra creatividad.
Escribir (una canción, un cuento, un ensayo o lo que fuere) es permitirse realizar un ejercicio de muy profunda intimidad, en el cual uno intenta plasmar en una hoja vivencias, anhelos, pensamientos, o hasta quizás -con notoria valentía- algún sentimiento. Pero para llegar este punto, es necesario haber realizado con anterioridad una introspección que nos encamine a alcanzar nuestro propósito. El resultado de consumar sucesivamente mencionadas partes, es sin dudas, una buena manera de ‘ordenar el alma’.
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